jueves, 23 de septiembre de 2010

Estrategias del mal gusto (IV): El camino hacia la obscenidad

Pasa el tiempo sin uno, apenas, darse cuenta. Ya son 5 meses desde que no escribo nada por aquí. Y no es que me haya olvidado, sino -quizás una excusa más- falta de tiempo (a veces de ganas) y el hecho de pasar 3 meses perdido en Alemania sin posibilidad, casi, de conexión a Internet. Pero bueno, aquí estoy de vuelta... una vez más. Y, si no recuerdo mal (ya me pasó anteriormente), había dejado en el tintero algunas reflexiones sobre el "mal gusto" y lo "obsceno". Pues bien, como las cosas no deben dejarse a mitad, dedico la entrada de hoy, precisamente, a continuar con el susodicho tema. Esta vez, dando algunas pinceladas sobre el camino hacia la obscenidad.

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El erotismo es, sin duda, un fenómeno humano. Si en la antigüedad el sexo era únicamente un acto de procreación, la seducción como tal comienza a expresarse por la necesidad de preambular el acto sexual para mayor disfrute, pues el ser humano se percata de que con la imaginación puede obtenerse un goce mucho más allá de lo experimentado hasta el momento. Y es a partir del surgimiento del erotismo cuando comienza, entonces, la culturización del sexo… el hombre va dando forma a su deseo, juguetea con sus instintos y abre la compuerta donde se guarecían las inhibiciones y tabúes, pero también el recato y la mesura: por estas y otras razones más poderosas, la Iglesia se esfuerza en el control del sexo (la más severa forma de control humano) y a través de ello, lo que antes era un acto de purificación es conceptualizado como un acto lascivo.

Pero el fenómeno erótico pierde el centro, deja de ser un descubrimiento de práctica aislada, para convertirse en un boom de civilización, un juego dulce y perverso que, a medida que se va sofisticando, se transforma en un arma de control incalculable para el desarrollo social: el sexo recreativo con grandes dosis de erotismo absorbe al sexo procreativo, se hace de lo erótico un negocio para la comercialización en las ya establecidas sociedades de consumo, los medios de comunicación acaparan las imágenes cada vez más eróticas, abarrotan la información y la publicidad de forma directa o subliminal. Es la conquista del mundo por un fenómeno atacado y condenado, sobre todo, por las religiones; una conquista provocada por esas mismas sociedades que se declaran "tolerantes" o "liberales", según sus tendencias a la hipócrita mojigatería. Un triunfo de la libertad muy a pesar de que algunos teóricos como P. Klossowski consideren que, con la generalización y predominio del erotismo, se ha perdido el concepto erótico per se.

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El correr del tiempo siempre trae nuevos cambios y la expresión ideal sexual no es una excepción. La búsqueda del placer en formas cada vez más difíciles arrastra al ser humano a la práctica de nuevas posibilidades de seducción… es aquí donde cabe situar a Donatien-Alphonse François, el marqués de Sade (1740-1814), considerado por sus coetáneos como un loco, un pervertido y un peligro social. No es hasta tiempo después cuando se le ha colocado en el pedestal de “maestro” y muchos escritores importantes no disimulan su influencia. A este genio “loco” se debe el desarrollo de una tendencia sexual hasta el momento “inexistente” por innominada: el sadismo. Y casi un siglo después, en Austria, nace el escritor que redondeará la tendencia iniciada por el marqués: Leopold Von Sacher-Masoch se considera el pionero en el arte de describir otro nuevo sentimiento erótico surgido de la relación placer-dolor, sensualidad-humillación, fundamentalmente provocado por el castigo físico. A esta nueva forma de sentir, a esta nueva ventana a lo erótico en relación con el sufrimiento y el dolor, se le dio el nombre de masoquismo que, unido a la anterior tendencia, crea una unión inédita en Europa: el sadomasoquismo.

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En Estados Unidos, aunque hubo amagos anteriores, no fue hasta 1849 cuando salió a la luz el primer libro erótico, de la pluma de George Thompson: Venus in Boston. Pero la “mirada sensible” de la sociedad norteamericana del momento vio en esta obra un alto contenido obsceno, distante de la consideración actual que se tiene sobre la misma obra, definida hoy en día de erótica (y por lo tanto vinculada a la seducción, no a la pornografía). Lo mismo pasó un siglo después con Henry Miller (1891-1980), un bohemio libertino que de forma autobiográfica escribió grandes novelas, entre ellas dos fundamentales sobre el tema erótico: Trópico de Cáncer (1934) y Trópico de Capricornio (1940). Estas novelas pagaron su precio al unir lo espiritual con lo considerado obsceno por la mojigata sociedad estadounidense, provocando el escándalo: la crítica atacó a Miller con ferocidad y saña, estimulando una censura "moralista" para su publicación y venta que duró 30 años en su propio país (no así en el resto del mundo y sobre todo en Francia, donde se consideró un best-seller).

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En todo caso, y para replicar la tesis de Lynda Nead (quien disocia inexorablemente lo obsceno de su posible valor estético o artístico), aceptamos que el contenido de Trópico de Cáncer, por ejemplo, pueda ser considerado obsceno, en función siempre de la mirada del espectador, sensible en este caso. Y sin embargo, a pesar de las reticencias de los contemporáneos de Miller… ¿Quién duda hoy de que ocupa un puesto destacado en la historia de la Literatura y, por lo tanto, en el ámbito del Arte? Para muestra, un botón:

Después de ponerse de pie para secarse, mientras seguía hablándome con simpatía, dejó caer la toalla de repente y, avanzando hacia mí despacio, comenzó a restregarse la almeja cariñosamente, pasándole las manos suavemente, acariciándola, dándole palmaditas y palmaditas. Había algo en su elocuencia de aquel momento y en la forma como me metió aquella mata de rosas bajo la nariz que sigue siendo inolvidable; hablaba de ella como si fuese un objeto extraño que hubiera adquirido a alto precio, un objeto cuyo valor había aumentado con el tiempo y que ahora apreciaba como nada en el mundo. Sus palabras le infundían una fragancia peculiar; ya no era simplemente su órgano privado, sino un tesoro, un tesoro mágico y poderoso, un don divino [...] Al echarse en la cama, con las piernas bien abiertas, la apretó con las manos y la acarició un poco más, mientras murmuraba con su ronca y cascada voz que era buena y bonita, un tesoro, un pequeño tesoro. ¡Y vaya si era buena y bonita, esa almejita suya! [...] Germaine era una puta de pies a cabeza. Hasta el fondo de su buen corazón, su corazón de puta,[...] Germaine estaba en lo cierto: era ignorante y sensual, se entregaba al trabajo con todo su corazón y con toda su alma. Era una puta de los pies a la cabeza... ¡y esa era su virtud!.

"Una puta de corazón", Trópico de Cáncer. Henry Miller.

Parece, pues, que el “camino de lo obsceno” no es sino ampliar mediante provocación, atacando directamente la moral y los valores de aquellos de mirada sensible, el espacio reservado a lo inmaculado, a lo admitido y tolerado por erótico en tanto que seductor. Reconocer, en fin, mediante un esfuerzo de hiperrealidad (“lo más verdadero que lo verdadero”), que la naturaleza humana no es dual ni esquizofrénica, sino que la libido es consustancial al género humano y que de ella emana tanto lo “permisivo” como lo festivo; tanto el juego engañoso de la seducción como la realidad de lo obvio. Pero entonces… ¿qué “es” lo erótico y qué lo obsceno? ¿Podemos hablar de unas categorías “esenciales”, de unos atributos inherentes y consustanciales, cuando aquello considerado obsceno hace apenas cincuenta años resulta ahora, si no erótico o seductor, irrisorio y absolutamente permisible?

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